9 de febr. 2008

Quien paga descansa.... en paz

En los años veinte aún era un niño de Barcelona, llamado Luis, que vivía en una casa antigua y bien conservada del gótico. Se sentía atraído por los objetos de valor que había en su salón. Fue un niño feliz en su infancia, jugando con maderas delante del calor del fuego del hogar y vestido con el uniforme azul marino del colegio. Después fue un joven complaciente y educado, hasta que, a sus veintitantos, sus padres desaparecieron, al ir a la fiesta de fin de año. Al cabo de unos días encontraron los cuerpos con señales del diablo, según una bruja. Las causas se desconocían, pues el matrimonio que les invitó a la fiesta dijo que en ningún momento aparecieron por allí.

En el testamento, los padres de Luis le dejaban muchas riquezas y bienes, así que su hijo fue un muchacho con bastantes recursos y se pudo permitir la carrera de médico. Su casa ya estaba repleta de antiguallas, pero él quería más. Asistía a subastas y ganaba la mayoría de veces, sobretodo en cuadros gigantes para llenar las altas paredes que formaban su hogar. En una de éstas, conoció a Carmen, una chica que adquirió unas piezas que Luis, a su vez, tanto deseaba. Ese primer encuentro dio paso a lo que fue más adelante un matrimonio.

Juntos vivían en casa de Luis, juntaron todas sus pertinencias y tuvieron que hacer sitio para las de Carmen. Estaban satisfechos del gran esfuerzo que suponía la colección reunida de dos generaciones; ya que al igual que Luis, Carmen había sido siempre una buena coleccionista.

Una noche Luis decidió contarle a Carmen lo que les sucedió a sus padres hacía tiempo. Carmen lo escuchó atentamente y quedó apesadumbrada. Pero sin más, vivían felices, con planes futuros e ideas comunes, s
in necesidad de pelearse, llevando a cabo una vida sin muchos altibajos. Así pasaron años y años, hasta que un día...

Luis pasó por delante del escaparate de una relojería que no había visto nunca, y vio un reloj de bolsillo que cautivó su atención. Sin vacilar entró en la tienda y preguntó:

- ¿Me puede enseñar ese reloj de bolsillo que tiene en el escaparate?
- Pues claro, pero sepa que no está en venta.
- Entonces, ¿por qué lo tiene allí?
- Es un objeto de valor y no creo que llegue a ningún presupuesto.
- Pues yo podría llegar.
- Aun así, le advierto que le traería problemas.

- ¿Problemas? Bah, aunque sea viejo y antiguo, tan sólo es para mi colección, me da igual si se estropea o si se para.
- Bueno, si insiste... pero me tiene que pagar una fortuna.

El relojero se lo vendió, finalmente, iba de algún modo apresurado y sin mirar a los ojos de Luis. Le quitó el dinero de las manos en una milésima de segundo. Luis cogió el reloj delicadamente, se lo guardó en su bolsillo y antes de salir, el relojero añadió:

- Que conste que se lo he advertido. Si le ocurre algo será demasiado tarde para reclamar, o para deshacerse de él.

Cuando Luis escuchó esas palabras, se quedó estupefacto pero abrió la puerta y se fue instantáneamente. El relojero sonrió malévolamente sin que Luis lo viera, sus ojos brillaban con un tono púrpura.

Luis apreciaba tanto el valor de su reloj que no hacía más que contemplarlo. Cada vez que lo miraba, le sonaba más familiar. Hasta se olvidó de continuar con su fabulosa colección por culpa de ese queridísimo reloj.

El día de fin de año, Carmen y Luis estaban en su salón disfrutando del té de media tarde, cuando a Luis se le ocurrió mirar el reloj. La segundera no funcionaba, se había quedado quieta, helada. Luis se dirigió a su habitación con el reloj en sus manos, y le daba golpes suaves, hacía girar las agujas para ver si respondían. Abrió la puerta, encendió la luz y aún seguía sin apartar la vista del reloj. De pronto, las agujas empezaron a girar sin parar, de un lado a otro, muy rápida
mente. Luis dio un sobresalto, y todavía más exagerado cuando vio que la habitación no era su habitación. Bueno, en parte sí lo era, tenía la misma forma, la misma luz, algunos muebles iguales, pero colocados de forma inversa. Pero algunos detalles no eran conocidos. Le era muy familiar, aún así, aunque tenía una visión muy diferente a ella.

Luis, decidido, iba a preguntarle a Carmen qué había pasado con la habitación. Paró en seco cuando vio quién había en el salón y, boquiabierto, tardó en reaccionar y tartamudeó:

- Ma....má....pa...pá!!! - Luis había reconocido sus voces y también la ropa que llevaban. Estaban conversando y no le prestaron la mínima atención. Él se interpuso entre ellos para que le respondieran, pero era como si fuese un fantasma. ¿Era él el fantasma o acaso sus padres? De todas formas, Luis desesperó al darse cuenta de que nadie le veía. Se sentó en el sillón para tranquilizarse y pensar. Escuchaba la discusión de sus padres:

- A ver, Juan, estoy asustada, ¿de acuerdo? No sé si me entiendes, pero si el reloj se ha parado quiere decir algo. ¿Te acuerdas del contrato?
- Bah, el relojero estaba loco y cargado de manías. ¿Cómo quieres que se cumpla todo lo que firmé?
- Si lo firmaste significaría algo. En el contrato de adquisición del reloj ponía: "El día en que se pare el reloj se cobrará la deuda pendiente".

Luis se fijó en el reloj que llevaba su padre: era el mismo que el suyo. Justo cuando empezaba a estar un poco más tranquilo empezó a sudar y a ponerse nervioso de verdad.

- ¿Cómo quieres que sepan que se ha parado el reloj?-dijo el padre-Soy capaz de esperar aquí toda la noche y ya verás como no viene nadie. No creo que un individuo cualquiera pueda cobrarse mi alma.
- Mira, Juan, ¡no me lo recuerdes! Aún no sé por qué dijiste semejante estupidez, cosa que nos ha metido en este lío. Y no era un hombre cualquiera, ese relojero. Te aseguro que era un malévolo, sus ojos brillaban de una forma estraña. Te lo juro porque lo vi.
-¿Qué pasa? Tan sólo exclamé que vendería mi alma por el reloj, pero sólo era una manera de decirlo... Pues mira, ahora nos quedaremos aquí toda la noche. Que vengan si quieren!
-¿Estás loco?¡Nos esperan en la fiesta! ¿Qué haremos aquí? Tú mismo lo has dicho, no vendrá nadie.
- ¡Covarde! Tú lo que quieres es marcharte lo antes posible de aquí porque tienes miedo! Si nos quedamos, tampoco pasará nada. No temas por Luis, está con sus amigos.

Entonces Luis levantó la mirada como sintiéndose identificado. Había prestado mucha atención en la conversación que lo revelaba todo. Veía a su padre tan seguro de lo que hacía, pero él sabía que estaba equivocado... y su madre temblaba toda enterita de miedo, de horror, de frío. Su cuerpo temblaba, su voz también, estaba intranquila y pálida, transparente. Luis no sabía qué hacer, estaba presente en la situación y no podía interceder, no podía salvarles. Si se movía, no percebían su movimiento. Si gritaba, no escuchaban sus alaridos. Les quería decir que se marcharan pronto. Luis lo sabía todo en ese preciso instante, incluso que él pasaría por la misma factura.

Entonces, entre la oscuridad, Luis vio aparecer el brillo de unos ojos púrpura que azechaban el salón.


escrito el 13/10/99
modificado hoy 9/02/08